miércoles, 1 de abril de 2015

La Filosofía del Derecho como filosofía “regional”

Incluyo aquí el artículo LA FILOSOFÍA DEL DERECHO COMO FILOSOFÍA “REGIONAL”.


Argumentación racional y unión civil homosexual

      Durante la semana pasada tuve ocasión de leer un buen número de artículos dedicados al fracasado proyecto de introducir en el Perú una ley que reconociera la unión civil entre personas del mismo sexo. Recuerdo en particular un par de ellos en los que sus autores se lamentaban del tono descalificatorio empleado por muchos de los intervinientes en la polémica y  esgrimían la necesidad de asumir una actitud de respeto y de tolerancia. Se trata, sin duda, de recomendaciones que deben ser atendidas, aunque conviene hacer al respecto una precisión que no me parece baladí: lo que merece, en sentido estricto, respeto, son las personas, pero no necesariamente sus opiniones. Quiero decir que uno no tiene por qué (más aun, no debe) ser respetuoso ni tolerante en relación con discursos, pongamos por caso, racistas, machistas u homófobos. Si no fuera así, si  en un diálogo no se pudiera criticar con dureza (y dureza no quiere decir mala educación, recurso al insulto personal, etc.) lo manifestado por un contrincante, la crítica racional sería sencillamente imposible. Por eso, me pareció muy equivocado lo que sostenía uno de los articulistas a los que me acabo de referir: que en una democracia no puede haber opiniones que pretendan estar por encima de otras, sino que sólo hay opiniones diferentes. Pero las cosas no son (no pueden ser) así:  al que defiende los valores democráticos, la no discriminación, la libertad, etc. no se le puede pedir que piense que sus opiniones no son mejores que(superiores a) las de los que sostienen los valores contrarios. El pluralismo y la tolerancia, dicho de otra manera, no pueden confundirse con la indiferencia.

       Y si he empezado de esta manera mi comentario al artículo de Francisco Tudela, “La Unión Civil como Ficción Jurídica”, es para que se entienda bien el juicio que ese artículo me merece y que condenso en esta frase: no es posible encontrar en su crítica a la unión civil entre personas homosexuales un solo argumento al que pueda otorgarse algún crédito, ni cabe tampoco interpretar el artículo en cuestión de otra manera que como una manifestación de homofobia. Me explico.

     Al exponer el primero de sus argumentos sobre la ley (el  del límite de las ficciones jurídicas), Francisco Tudela sostiene, al comienzo, que se debe legislar “a partir de la realidad sensible externa”, pero dos párrafos después critica al liberalismo por reducir la libertad a lo puramente individual “y empírico”. O sea que, según él, apoyarse en datos empíricos, en la realidad que podemos conocer a través de los sentidos, es al mismo tiempo bueno y malo lo que, manifiestamente, supone incurrir en  contradicción. Y por si eso fuera poco, a renglón seguido atribuye a Marx y Engels la tesis de que la moral burguesa y la familia habrían originado el capitalismo, lo cual viene a ser, aproximadamente, la antítesis de lo que esos autores sostuvieron: que el Derecho y la moral están determinados por la economía, y no al revés. Siete líneas después no tiene tampoco empacho en recalcar que “los partidarios de la acción afirmativa legislativa [establecer medidas para favorecer a una categoría de personas que padecen una situación de discriminación: por razones de raza, sexo, etc.]” son “fervientes defensores del positivismo”, me imagino que ignorando que prácticamente para todos los estudiosos de ese tema la referencia fundamental es la obra del iusfilósofo Ronald Dworkin, el más connotado crítico del positivismo jurídico en los últimos tiempos. Al igual que tampoco le duelen prendas al autor del artículo al afirmar categóricamente que, según los positivistas, “todo es cuestión de obligar a la gente a obedecer la ley”; algo completamente falso (el positivismo jurídico se define por la separación que sus partidarios establecen entre el Derecho –lo que es jurídico- y la moral –lo que debe moralmente obedecerse-) y que, por cierto, no se ve qué tenga que ver con el presunto argumento que Francisco Tudela pretende defender. Aclaro, por lo demás, que yo no soy ni positivista jurídico ni relativista moral.

     El segundo de sus argumentos contiene disparates de un porte semejante. Según él, la unión civil homosexual no puede presentarse como un derecho de las minorías, porque el respeto a quien forma parte de una minoría no puede significar otra cosa que el derecho a ser tratado “como todo el mundo”, sin excepciones ni privilegios. Pero, ¡ay!, en el párrafo siguiente, Francisco Tudela parece justificar (a contrario sensu)  la existencia de “regímenes especiales para minorías desprotegidas o que tengan derechos históricos consuetudinarios”, o sea, lo contrario de lo que acababa de afirmar. Y, por lo demás, ¿cómo negar que hay grupos minoritarios (los niños, los ancianos, los discapacitados…) a los que no puede tratarse como al resto de los ciudadanos, sino mejor, dada su situación –transitoria o permanente- de desventaja? ¿Hay alguna forma razonable de averiguar  qué entiende el articulista por “minoría” o por “minoría digna de protección”? Yo no lo veo.

     Y, en fin, yendo ya al último de los presuntos argumentos. ¿Por qué va a ir la unión civil homosexual en contra de la igualdad ante la ley? ¿Cuáles son los “privilegios” de los que gozarían quienes decidiesen optar por esa unión? Y, por cierto, si nos tomáramos en serio el principio de igualdad ante la ley, ¿no tendríamos que defender para el Perú lo mismo que ya existe en España y en otros países: un matrimonio entre personas del mismo sexo con los mismos derechos y obligaciones que el resto de los matrimonios?

     Pues bien, si para defender una postura contraria a la unión civil homosexual, quien lo hace incurre en contradicciones flagrantes, comete errores de bulto y no aporta ni un solo argumento al que pueda asignársele un mínimo peso, ¿no es razonable suponer que lo que le ha llevado a ello no es otra cosa que el prejuicio, un prejuicio homófobo   revestido, como suele ocurrir, de apelaciones vacuas a los “fundamentos de la civilización”, el “orden natural” y otras lindezas por el estilo? ¿Algún lector es capaz de avizorar alguna otra explicación?

     Termino mi comentario por donde lo había comenzado. Al escribir todo lo que el lector acaba de leer no he pretendido en absoluto descalificar a una persona a la que ni siquiera conozco y de la que sé muy poco. Pretendo, sí, descalificar radicalmente  una manera (presunta) de argumentar que se convertiría en un obstáculo formidable al discurso racional y crítico si le diéramos el mismo crédito que ha de darse a una argumentación seria, y con total independencia de si la misma favorece o no nuestros puntos de vista sobre el particular. En definitiva, debemos estar abiertos a los argumentos, pero debemos también cerrar el paso a lo que pretende pasar por una argumentación, sin serlo. Eso sí que es uno de los fundamentos de nuestra civilización.